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Archivo Municipal de Eibar. Y otros 675 más por venir.

05/02/2021

Tampoco eran tiempos fáciles cuando Alfonso XI dio privilegios de villa a los pobladores de la ribera del Ego. No queda, en el Archivo Municipal de Eibar, copia de la carta puebla que dio comienzo a nuestra andadura como villa independiente. Se llevó el documento alguno de los avatares de nuestra historia. El más antiguo que conservamos es una “Escritura de concierto del concejo de la villa de San Andrés de Eynbar con los moradores de las caserías de Irure e Iraolagoitia de Placencia”, de 1409. Nuestra primera memoria escrita detalla un acuerdo al que llegamos con nuestros vecinos. Hace ya 675 años de la carta puebla, y 637 de aquella diferencia de opinión con Placencia, y aquí seguimos, morando en el mismo valle estrecho y tirando a feo, con el mismo espíritu con el que nos sobrepusimos a los estragos de las guerras de bandos, que era la catástrofe de moda en aquel entonces.

Hemos sobrevivido a un ascenso a primera, más guerras civiles de las que convendría recordar, unas cuantas depresiones económicas y ésta ni siquiera es nuestra primera epidemia global. Eibar ha salido de barcos prisión y vuelto de exilios. Nos han tirado el pueblo dos veces, y otras tantas lo hemos reconstruido. De hecho, le debimos coger gusto a la cosa, porque, aún hoy, no cejamos en el empeño de volver a dibujarlo a cada rato, quizás con la secreta esperanza de encontrar –al fin– el modo de ponerlo a nuestro gusto (es imposible, pero así nos entretenemos).

Declaramos una República antes que nadie -somos así de impacientes- y, en el entretanto de tanto cataclismo, hemos fabricado de todo. Primero una cosa, que nos dio fama y nombradía, y después sus perfectas contrarias. Por darnos el gusto de seguir aferrados a nuestro valle sin horizonte en esta villa que se sigue llamando armera.

Parece mentira que por paraje tan poco airoso hayan encontrado sitio para pasar tantas cosas.

Y tantas caras. Eibar ha visto pasar por sus calles a gentes venidas desde los cuatro puntos del compás. Unos se quedaron y echaron raíces, otros, sólo un rato. Unos venían huyendo del hambre y otros corriendo en busca de un porvenir hasta detenerse, precisamente, aquí. Para todos hubo sitio, aunque estuviéramos ya apretados y, al fondo a la derecha, sigue quedando para otros tantos que quieran venir.

Costaría que eibarreses y eibarresas de dos generaciones diferentes, incluso contiguas, dibujaran el mismo Eibar a partir de sus recuerdos. Pero, para cualquiera de ellos, no tendría pérdida. Donde por los primeros días de febrero el aire huele a anís, a castañas asadas en noviembre, a pólvora y humo de hoguera alrededor del solsticio de verano y, siempre, a trabajo fino, a hierba cortada en las laderas y a la ligera posibilidad de improvisar una comida con los amigos en cuanto suene la sirena del taller, ahí es Eibar.

Porque, a pesar de todo, nosotros nos acordamos. De todo y de todos. Y aquí seguimos, aferrados a este valle sin horizonte, pero siempre con futuro.

Y dónde surja el conflicto, se buscará el acuerdo. No sería la primera vez.